Desde que Jesucristo -que es la palabra de Dios- vino a este mundo y se hizo carne, todo cambió, y nuestro mundo nunca más fue el mismo.
Sus palabras trajeron verdad, poder y luz.
Desveló al Espíritu Santo con Sus palabras vivas en esta tierra y nos pidió que hiciéramos lo mismo.
Los discípulos de Jesús no usan sus palabras para lastimar a sus hermanos y hermanas sino para redimirlos a través del amor.
En este breve escrito, el autor analiza la importancia de nuestras palabras, su fuente interna, y sugiere una forma de recuperar el poder espiritual de nuestras propias palabras en nuestras interacciones cotidianas.
El autor sostiene que nosotros también podemos revelar el Espíritu Santo en este mundo con nuestras propias palabras.