La pureza y la inocencia intacta de los niños pequeños les permite disfrutar y manifestar la presencia de Dios mientras permanecen con estas cualidades, incluso en este mundo colapsado. Desgraciadamente, con el tiempo, esta inocencia se va perdiendo, y esto nos ha pasado a todos.
En Mateo 18:3 (RVR, 1960), Jesús de Nazaret declaró que el reino de los cielos no puede venir a nosotros sin las cualidades de la semejanza de un niño. Entonces es imperativo que todos sus seguidores recuperemos nuestra inocencia perdida.
Para lograr esto, necesitamos luchar contra el condicionamiento y la domesticación cultural a la que nos ha sometido nuestro mundo materialista y ateo. Necesitamos recuperar nuestro auténtico ser y nuestra naturaleza espiritual.
La entrega total y la confianza en Dios es ciertamente un paso en la dirección correcta.
Entonces, nuestro Padre celestial nos mostrará el camino.