La arquitectura y el arte barrocos han sido tomados, en diferentes momentos y por diferentes interpretaciones, como una producción basada en la exacerbación del subjetivismo, en la irracionalidad, en los excesos de una saturación y acumulación propias de un horror vacui, todo ello como algo ajeno a los dictados de la razón y de una coherencia fundada en los valores de lo supuestamente objetivo. O fue también comprendida como una producción y un modo de lo cultural que se encontraba –por ejemplo, en Nietzsche– en una oscilación histórica entre dos modelos culturales, el de la racionalidad, la esencia, la síntesis y la objetividad, por un lado, y el de lo irracional, lo pasional, la emotivo, y la saturación macrosemántica, por otro. Un abordaje crítico nos propone corrernos de los reduccionismos y las clasificaciones dóciles y tranquilizantes. Toda la cultura y la producción barroca –como momento específico en el contexto europeo y sus transposiciones americanas entre mediados de los siglos XVI y XVIII– van a proponer la posibilidad de una concepción profundamente racional y pasible de ser sistematizada y explicada, como las formas de una racionalidad alternativa o diferente. Se abordan aquí algunas de las problemáticas de este despliegue, en cuanto a las concepciones formales y lingüísticas, a las contraposiciones entre variación y ruptura, a las relaciones entre arte, cultura y política, a las tensiones entre continuidad y transformación, a los alcances de aquello entendido como operativo y sus articulaciones con lo que se entiende como creatividad. Pero también al barroco como una de las formas de lo moderno, y a la presencia no solo del barroco como momento histórico específico sino también como una componente transhistórica, como una Weltanschunng que precisamente nos presenta no solo como una otra visión de la historia sino también del mundo contemporáneo.