Veo un arca llena de joyas. Llena de recuerdos valiosos que transmiten sabiduría. Coges una de las alhajas y su magia te seduce sin soltarte. La magia de los zíngaros es un hechizo casi divino. Huele a bosque, a neroli, a copos de nieve y a menta fresca. Hay arte en sus quehaceres diarios, en su forma de tomar el tiempo, respetar a sus animales, sus ancianos, su música, sus hijos, sus antepasados. Valores de honestidad, de resiliencia, de perdón hacia los malhechores, de empatía. De expresar los sentimientos y del hecho de dar amor hasta las mismísimas entrañas. Son subterráneos de cuerpo y de alma, de la nada crean algo, se hacen ricos de la nada, y suelen florecer en el mismo desierto. Las señales les guían en sus andares itinerantes. Sufrieron lo indecible en el campo de Auschwitz, los experimentos más horribles se ensañaron en sus cuerpos y en sus almas, morían cantando y bailando, aprovechando hasta el último segundo de sus valiosas vidas. Ninguno se suicidó. Era pecado siquiera pensarlo. Embaucaron al más soberbio de los nazis para dar una gota de agua a sus hermanos judíos, rusos... En el infierno. Oliendo a dolor. Reverenciando sus vidas te entrego este baúl lleno de sus joyas.