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Cuando se habla del oficio de escribir, podemos pensar en elegidos: personas que afrontan la hoja en blanco para alimentarla de las más sublimes y desgraciadas experiencias y emociones humanas a partir de las cuales construyen historias que mantienen el compromiso social, histórico y político que asiste a la Literatura.
Tal vez por eso, el lector al enfrentarse a una obra lo hace con la ilusión secreta de encontrar en ella algunas de las vivencias y sensaciones que ha experimentado como individuo a fin de sentirse menos solo si las ve reflejada en la vida de otros, pero también disponiéndose a abandonar la lectura cuando aparezcan en ella elementos que desdibujen la metáfora bondadosa que ha construido sobre sí mismo o pongan en riesgo los fundamentos que soportan una existencia de acuerdo a los modelos morales y éticos de una época.
La idea de escribir puede resultar exótica para quienes con miras a la construcción de una identidad propia recurren a la aceptación colectiva de los otros elaborando historias en las que esos otros puedan verse reflejados; pero para ciertos narradores puede resultar una experiencia trágica, porque deriva de la consagración en forma de lenguaje escrito de las miserias humanas vividas. En este caso la escritura se constituye en el instrumento necesario para mantenerse aferrado a esa miseria, mientras que las obras se convierten entonces en testimonios literarios que pueden ser utilizados por diversas disciplinas en el intento de comprender la complejidad de la experiencia humana.
Así, los testimonios de los sobrevivientes a los campos de concentración y exterminio alemanes son, de esta manera, ejemplos de cómo la narración literaria surge en la tragedia y se desplaza por la necesidad de comprender lo sucedido; de enfrentar el olvido colectivo dejando un testimonio escrito; de escribir para salvar la vida que queda; de defenderse de lo que se ha hecho para mantenerse vivo; de denunciar, lo que los hombres hemos sido capaces de hacer con nosotros mismos, en una extraña dicotomía porque, aun cuando el testimonio es individual, su presentación nos acerca, y si bien no aspira a falsas ideas de salvación colectiva, en cambio, motiva a la necesaria reflexión sobre las construcciones sociales y los límites humanos.