Todos tenemos un cuento que contar; pueden ser historias sobre lo que somos, lo que fuimos y lo que queremos ser, historias sobre lo que nos dijeron de nosotros mismos o sobre lo que creemos que otros dicen, historias sobre nuestras experiencias y vivencias o sobre nuestras fantasías. Todos tenemos una anécdota favorita para contar en reuniones de amigos, esa que sabemos que nos pondrá en el centro de la atención. Todos tenemos un chiste infalible con el que nos damos confianza, o incluso alguna tragedia emotiva ensayada a fuerza de repetición constante, como un guion de película dramática, lista para emocionar a quien nos oye. Todos tenemos un cuento que contar, incluso si se trata de historias que ya contaron otros, aquellas donde no somos protagonistas, pero que de algún modo nos identifican. Puede que allí los personajes se suceden tan vivamente que hasta podemos conectar con sus historias, su carácter, sus gestos, sus decisiones, sus temores y hasta sus deseos; y así los experimentamos. Son personajes que en apariencia podrán resultarnos ajenos pero tan propios a la vez, porque en cada uno de nosotros habita alguno de ellos, tal vez todos a la vez, tal vez depende del momento. Todos tenemos un cuento; ahora, la pregunta es: ¿Qué historias elegimos contar?