En Fuegos, el artificio viene dado por un complejo juego de simetrías que incluso a veces afecta al aspecto visual de la partitura, una dificultad imaginaria que delimita la libertad de acción. Este juego de simetrías a la vez se traduce en lo sonoro en un efecto hipnótico y en lo temporal casi en una espiral, donde los colores instrumentales se vuelven sobre sí mismos a la vez que avanzan. Fuegos profundiza especialmente en el tratamiento y diversificación del color, que se muestra exuberante, siendo la orquestación en sí misma la que da forma a la obra. Sus aforísticas secciones aparecen tratadas con marcadas caracterizaciones de orden rítmico, que contribuyen a fijarlas mejor en nuestra memoria, contrarrestando así su carácter efímero. De este modo la obra va consumiéndose, y sus minuciosos detalles se queman devorados implacablemente por el fuego (el tiempo), cuyo resplandor destruye o purifica, pero no respeta nada que se cruce en su camino.