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Introducción
"El SEÑOR convirtió la cautividad de Job". Así, pues, nuestras más largas penas tienen un final, y hay un fondo para las más profundas profundidades de nuestra miseria. Nuestros inviernos no serán eternos; el verano pronto sonreirá. La marea no bajará eternamente; las inundaciones volverán a su cauce. La noche no colgará sus tinieblas para siempre sobre nuestras almas; el sol saldrá aún con la curación bajo sus alas (Mal 4,2): "El Señor hizo volver la cautividad de Job". Nuestras penas tendrán un fin cuando Dios haya conseguido su fin en ellas. Los fines en el caso de Job fueron estos: que Satanás fuera derrotado, frustrado con sus propias armas, destruido en sus esperanzas cuando tenía todo a su manera. Dios, ante el desafío de Satanás, había extendido su mano y tocado a Job en sus huesos y en su carne, y sin embargo el tentador no pudo prevalecer contra él, sino que recibió su rechazo en esas palabras de conquista: "Aunque me mate, en él confiaré" (Job 13:15). Cuando Satanás sea derrotado, entonces cesará la batalla. El Señor apuntó también a la prueba de la fe de Job. A esta palmera le colgaron muchos pesos, pero seguía creciendo erguida. El fuego había sido lo suficientemente feroz, el oro no se había reducido, y sólo la escoria se había consumido.