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Aunque la palabra de Dios es "útil para corregir e instruir en la justicia", también es útil para apoyar y consolar. El Apóstol habla del "consuelo de las Escrituras", y el pueblo de Dios, en todas las épocas, lo ha realizado en su propia y feliz experiencia. Han "sacado agua con alegría de los pozos de la salvación" y, en consecuencia, han podido "seguir su camino con alegría".
El gran Objeto central de la revelación -en el que se encuentran todas sus verdades y promesas, y del que se derivan su vitalidad y preciosidad- se llama enfáticamente "la Consolación de Israel"; y sólo cuando miramos hacia Él, tendremos "óleo de gozo para el llanto, y manto de alabanza para el espíritu de tristeza". Por lo tanto, al tratar de "consolar a los que lloran", se debe dar gran importancia a su gloriosa persona y a su obra expiatoria. Ya sea que estemos tratando con el pecador convencido, o con el creyente dudoso y desconsolado, no podemos hacer nada mejor que señalarle de inmediato a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
Al mismo tiempo, debe tenerse en cuenta que las cosas relativas a Él, para producir los frutos de gozo y paz, deben ser aplicadas al alma por el poder del Espíritu Divino. Es su obra especial revelar al Salvador en todos sus caracteres y oficios, como "hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención". Así, como Espíritu de Verdad y Testigo de Jesús, es el "otro Consolador", que ha de permanecer con su pueblo para siempre.