Estas dos posturas son producto de un mismo fenómeno: la escisión entre política y técnica, de donde resulta que una y otra plaga marcan respectivamente a dos personajes muy famosos de nuestra vida pública: el fascista y el prefascista; es decir, el político incompetente y el técnico apolítico. En el fondo, la política del lucro es la manera de hacer política sin tener conocimientos específicos, fiándose exclusivamente del instinto o, peor aún, del olfato; el apoliticismo es la defensa que el técnico, resguardándose detrás del cúmulo de prácticas del oficio o detrás de las apretadas filas de la apremiante clientela, esgrime contra las molestas intromisiones de la política que se anuncia bajo la forma de reuniones y asambleas.