-A veces, el mejor regalo que puedes dar es recibir -explicó Óliver Muñoz-. Estar dispuesto a recibir algo, a aceptar lo que otros te ofrecen. Usualmente no te abres, no hablas sobre ti mismo. Y hoy lo hiciste, me regalaste eso.

-Bueno, solo...

-¿Cómo decirlo? -el moreno interrumpió las palabras de Mateo Gutiérrez, su interlocutor-. Generalmente intento regalarte mi amistad, regalarte mi confianza, y siento que casi nunca las aceptas. A veces pienso que es porque no la quieres, porque no quieres ser mi amigo, pero sigues ahí, no te vas. Es como si no aceptaras un regalo, pero tampoco te vas para que no te lo vuelvan a ofrecer. Y ahora estás aquí conmigo y, no sé, veo que solo te tomas tu tiempo.

-¿Para qué?

-Para querer. Para dejarte querer.

Mateo sonrió. Típicas palabras dulces y mágicas de El chico de las flores.

-Oh, ¿entonces es eso lo que me estás haciendo? ¿Me estás "queriendo"?

Óliver rompió en risas, negando con la cabeza.

-Lo haces sonar ridículo.

-¡Es que ya suena así, aunque no lo veas de esa forma!

-Pues supongo que... ¿sí? Es decir, en el fondo, la amistad es eso, ¿verdad? Amor. Y supongo que es eso lo que estamos desarrollando. Por el otro. Aunque no nos demos cuenta.