Mediante una prosa cruzada por la poesía y el realismo, Gabriela Aguilera narra en esta micronovela una historia circular en la que se confunden el habla y el colorete y en donde el coa y las lentejuelas conforman un marco de sentido que nace de la estética recargada y barroca, de la miseria engalanada. La fortaleza carcelaria de Saint Michel totaliza la existencia de quienes tienen la desgracia de ser confinados entre sus muros. Sin embargo, la solidaridad, el amor y la ternura coexisten con el salvajismo y la crueldad. La escritura atraviesa los cuerpos y los muros de Saint Michel y la verdad ocultada y silenciada, inscrita en signos impalpables, aflora a la luz, se expone a los ojos del lector.