Mucha agua -y no precisamente cristalina- ha pasado bajo y sobre los puentes en los últimos veinte años. Nacido a la poesía como un prisionero político adolescente, Jorge Montealegre ha ido evolucionando y madurando al compás de la historia, pero manteniéndose coherente consigo mismo y con sus ideales (un cristianismo de izquierda, si se nos permite la simplificación). Ya en sus poemarios iniciales se advertía, junto a la huella del exilio, cierta tendencia epigramática, descarnada, a menudo autoirónica, distante al mismo tiempo de la grandilocuencia y del conversacionalismo meramente e.xterior con que a veces se pretendía "completar" el legado de Parra.Desde el guiño inicial del titulo, Bien común reivindica la diversidad: es un libro muy común tanto como un bien de todos. Pero lo interesante es que esas dos interpretaciones del titulo no reflejan una simple ambigüedad, sino la clave de una coherencia más honda. Porque lo que estas páginas terminan comunicando es precisamente la naturalidad y autenticidad de una poesía brotada al calor de un hogar y de un país, de una intimidad privada y de una historia pública. Así, oscilando entre la discreción y la confesión, entre la instantánea familiar y el vértigo televisivo de la realidad internacional, estos poemas trasuntan el deseo (aparentemente minimalista) de compatibilizar la congruencia personal y la integración comunitaria (y ésta sin otra consigna que el respeto a las diferencias).En la antología de poesía clúlena que el tiempo y la buena fe estarán compilando en regiones utópicas, seguramente se incluirán varios poemas de este libro. Esto no es algo que yo declare movido por la larga amistad que nos une en torno al oficio, sino otro modo de afirmar que la presente constituye, indudablemente, su mejor obra. Por lo demás, afirmaciones de esta índole dejan abierta al lector la posibilidad de verificarlas, que es lo que en definitiva importa.