Vagor Clam, en la etimología latina, recuerda el vagabundeo hacia la nada, un nombre insólito que nos ata al hilo de la novela: una espesa niebla en la mente envuelve al protagonista en la búsqueda del pasado que dé sentido a su presente. Un extraño en una ciudad desconocida. Tal vez prisionero de un sueño, no lo sabe o no lo recuerda. Sólo unos pocos cientos de euros en su bolsillo, sin documentos, y todo a su alrededor aparece imponderablemente hostil. Mientras tanto, dos figuras enigmáticas y apremiantes lo siguen a cada paso, aumentando su ansiedad. Los personajes que encuentra parecen conocerlo, pero atrapado por el temor de que la revelación pueda serle fatal, permanece a merced de episodios misteriosos e inexplicables que aumentan su angustia. Un viaje en el tiempo para reconstruir su propio yo olvidado y redescubrir su identidad. En una atmósfera impalpable y provisoria, donde nada es seguro, los acontecimientos son nuevos obstáculos que le impiden abrir los cajones de la memoria. Y en cualquier caso no hay respuesta que no se enfrente a un nuevo enigma, en un crescendo de suspenso que nos deja sin aliento, en la agotadora impulsión hacia un epílogo que parece no llegar nunca.