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Y clasificarlas para las llamas es mi ópera prima, una obra de juventud, seleccionada entre los últimos 20 libros que competían por el ahora extinto premio Juan Rulfo de París en 2010. Este primer trabajo que escribí hace más de 10 años y que pulí en el igualmente desaparecido Taller Cervantes de París dirigido por Martín Solares (taller que visitaron autores como Enrique Serna, Guillermo Fadanelli o Julian Herbert), contiene 7 relatos y me atrevo a decir que está dividido en cuatro partes. En la primera, Prólogo, va a intentar de forma urgente, casi heroica, dar sentido, coherencia, y quizás una explicación más profunda al por qué de estas historias. Luego están los otros 6 relatos, divididos en tres temáticas: el sufrimiento del artista confrontado al mundo del arte; la incomunicación y la soledad; y por último, la existencia trágica del hombre en un mundo predestinado y absurdo. El estilo, aunque heterogéneo, constituye una pieza única. A veces es excesivo, redundante y nervioso, para sentir así la lucha de los personajes en un universo hostil. Sin embargo, otras veces, y para los textos en donde el aislamiento y la imposibilidad de comunicar es nuestro motivo, la forma es mas lacónica, minimalista, casi ausente. En tanto que, como primera obra, puede percibirse la influencia de los autores que en aquel momento forjaban mi pensamiento: Kafka, Camus, Sartre, Dostoyevski, Nietzsche, Schopenhauer. Y clasificarlas para las llamas es entonces una obra trágica, dura y melancólica, en donde ya podía percibirse el romanticismo y la visión funesta del mundo que todavía me habita.