Michael cerró los ojos y respiró hondo, recordándose a sí mismo por enésima vez que esto no era gran cosa. Se había parado en medio de salas de juntas con calefacción y había ladrado órdenes. Había visto a los presidentes de corporaciones multimillonarias. Ciertamente, él podría hacer esto. Al menos, estaba bastante seguro de que podía hacer esto.
Había sido soltero, viviendo solo toda su vida. Dale una chica de veinticuatro años y él podría decirte, o con mucho gusto mostrarte, exactamente qué hacer con una de ellas. ¿Pero una niña de cuatro años? Todas son tutus y princesas, y de todo lo demás no tenía ni idea de qué hacer.
Y, sin embargo, en menos de cinco minutos, iba a ser padre. Bueno, aparentemente había sido padre durante unos cuatro años, pero como no tenía idea de que tenía una hija hasta hace dos días, se estaba metiendo en un territorio desconocido aquí.
El auto disminuyó la velocidad y miró por última vez los documentos en su mano, los documentos que detallaban la voluntad de tutela de Lisa Blake, una mujer que no había visto en años, unos cinco años, en realidad. En todo ese tiempo, ¿no había pensado en decirle que tenía una hija? Ahora, ¿se suponía que debía entrar de repente y hacerse cargo de donde ella lo había dejado? ¿Qué demonios sabía él acerca de criar a una hija?... tanto como él sabía sobre tutus y princesas.
Aun así, aprendía rápido. ¿Qué tan difícil puede ser? En las últimas cuarenta y ocho horas, había logrado transformar su casa en un ambiente amigable para niños, convertir una de las habitaciones de huéspedes en la habitación de ensueño de todas las niñas, al menos según el decorador, y comprar todos los juguetes en el Catálogo del Joven Aprendiz. ¿Qué más podría querer una niña?
Su conductor abrió la puerta del auto y salió frente a una casa de lujo de dos pisos. Esto era. Se dirigió a toda prisa hacia la puerta principal, no