Estando de guardia, un médico se ve envuelto en un embrollo que termina con la muerte de un usuario del servicio de salud. La acción trascurre en los albores de una madrugada, donde todo lo que acontece viene propiciado por un conjunto de circunstancias ajenas al propio facultativo –su soledad ante la atención de una emergencia en un domicilio particular, la deficiencia y carencia de medios estructurales y de recursos humanos, un paciente que increíblemente se niega a ser trasladado al centro sanitario, sus familiares que no cooperan en absoluto, a pesar de la indicación clara y reiterada del médico– que finalmente terminará abocando a este empleado de la sanidad pública a una situación límite, por lo imprevisible y sorprendente del suceso en el que se ve implicado, que al mismo tiempo acabará siendo el acontecimiento más grave de su vida por lo ignominioso y vergonzante, y que con independencia de provocarle un cuadro de shock postraumático cada vez que debía atender a pacientes en horario de atención continuada, le terminó ocasionando una severa pérdida de autoestima de la que nunca logró recuperarse.A pesar de estar pasando por una situación tan comprometida, triste, y desesperada, con toda su carga humillante y negativa, lo que verdaderamente le quitaba el sueño, y lo mantenía permanentemente en un sin vivir, eran las consecuencias legales y de carácter económico que pudieran derivarse de su expediente disciplinario en curso, y que finalmente terminaran afectando sin comerlo ni beberlo a su querida familia; eso era lo que realmente le importaba. Por lo demás, a sus cincuenta y tres años, ya lo tenía todo hecho, la vida le importaba un pimiento.Pero si hay un suceso que terminará dándole definitivamente la puntilla, es sin duda una encerrona inesperada, insultante y vejatoria, en el despacho de su superior inmediato.