A partir del mismo año 1959 –en lo que a Cuba concierne y como síntoma del afán de poderío a nivel mundial del imperialismo–, este ha desarrollado un arsenal sofisticado de medios de espionaje y subversión, entre los que ocupan lugar primordial los de carácter bacteriológico, las llamadas «armas silenciosas», plagas y epidemias que azotan a hombres, animales y plantas. La conjuntivitis y el dengue hemorrágicos, la fiebre porcina, el moho azul del tabaco y la roya de la caña, son algunas de las enfermedades elaboradas en centros especializados de la CIA, y de las que nuestra isla ha sido blanco permanente. Joy tiene como tema, justamente, el modo en que es utilizada una de estas armas con el fin de lograr un sabotaje, a gran escala, contra la industria citrícola cubana. Con esta novela el autor obtuvo, en 1978, el Premio Capitán San Luis a la mejor novela policíaca de la década setenta-ochenta.