Desde que se produce el golpe de Estado de 1936, y cuando las tropas rebeldes ocupan los primeros pueblos, gran parte de republicanos, partidarios afines y algunos núcleos de fuerzas leales al Gobierno se dispersan por las cercanías temerosos de represalias. Numerosos grupos de izquierdas en Asturias, Santander, Galicia, Zamora, León y Andalucía, huyen de los nacionales escondiéndose primero en sus propios domicilios y posteriormente en las sierras. Entre ellos se encuentran tanto votantes del Frente Popular, como sindicalistas y republicanos a los que se unirán con el tiempo numerosos desertores, evadidos de las cárceles, infelices sin culpa alguna, delincuentes comunes, aprovechados e incluso románticos bandoleros e idealistas, conformando una masa heterogénea de nula afinidad ideológica, que abrirá aún más el abismo entre vencedores y vencidos.