La Defensa Nacional

ebook Reflexione spolítico-estrategicas acerca del poder civil y militar · Estrategia y Liderazgo

By Julio Cervantes

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El militar es un jefe en estado puro. A no dudarlo, hay mucha fuciones sociales en que el mando desempeña un papel importante: el ingeniero, el médico, el jefe de servicio, el administrador, dan órdenes subalternos y se cercioran de su correcta ejecución. Pero su principal actividad consiste en concebir, en cuidar, en redactar o en organizar, y las órdenes que puedan impartir no son sino consecuencias de ella. Para mandante militar sucede a la inversa: mandar es la esencia misma de sus funciones.
Cuando, por ejemplo, actúa como educador, no está preparando a aquellos a quienes instruye para una acción que luego han de dirigir otros, como sucede con un profesor. Forma a los hombres a quienes mandar él mismo, o que van a servir a órdenes de un individuo con grado semejante a él. En verdad, el maestro no hace hacer las cosas: apenas enseña a hacerlas. Hasta cuando organiza "trabajos prácticos", nunca persigue el rendimiento, sino la formación. El militar, por el contrario, hace ejecutar. De la guerra, considerada en conjunto, decía Napoleón que es "un arte sencillo, y todo ejecución".
Ejefe militar manda por su esencia, el político manda por accidente. No es que no guste de hacerlo: por el contrario piensa constantemente en "el poder", pero esa ambición, profunda y general, no se ve satisfecha sino pocas veces. Si logra serlo, es un éxito siempre precario.
El jefe político no ejerce un verdadero mando. Mientras que —según fórmula— la principal fuerza de los ejércitos es la disciplina, la indisciplina es el rasgo más constante de la vida política. Los ministros son aliados o colaboradores del presidente del consejo, no son sus subordinados.
Los puestos de mando son mucho menos numerosos que los que los ambicionan, de modo que la emulación es constante, y muchas veces feroz. Después de haber combatido para conseguir el poder, el político aún tiene que combatir para conservarlo.
En la política, como en los negocios, la decisión que se desea provocar se obtiene en dos tiempos: en el primero se trata de seducir o de convencer, y se hace lo posible por crear en el interlocutor las ideas o los sentimientos favorables. En el segundo (que la sicología teórica tiende a omitir o a subestimar.) se trata de obtener del otro que pase a la acción.
El militar manda a sus hombres, pero a él también lo mandan: el funcionario está encuadrado también. Uno y otro están presos en un orden que los sostiene y que a veces los obliga a ejecutar tal o cual acción en tal o cual momento por el contrario, el político a menudo tiene que decidirse a actuar cuan nada en absoluto lo obliga a ello. Antes de convencer a los demás tiene que ponerse en camino, y para ello tiene que ponerse en marcha a sí mismo

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