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Pocas obras maestras se muestran tan vigentes hoy día (un hoy especialmente predispuesto a la añoranza barroca) como La vida es sueño. Drama religioso o filosófico que, desde el absoluto seiscentista, urde sus raíces en los mitos orientales, la literalidad de su lección moral es capaz, sin embargo, de traducirse en lectura política (educación de príncipes) y en grito revolucionario. Pero, sobre todo, es pieza clave en la historia del conocimiento (mal que pese a la intransigencia de ciertas críticas unilaterales), del reconocimiento por parte del hombre de su conciencia de existir.
Desde el mito de la caverna de Platón hasta la frontera de la modernidad que supone su proximidad en el tiempo y en las inquietudes a la filosofía cartesiana, La vida es sueño se constituye en modelo de la duda metódica resuelta no a través de la seguridad del pensar, sino por medio de una peripecia trágica que desemboca en el absoluto moral. Por medio de una magnífica parábola literaria y de la grandiosidad de una puesta en escena que vislumbramos en la fuerza suasoria del discurso, Calderón muestra cómo sobre el error no se puede levantar el edificio de la verdad. Y que la pasión, como todo lo humano, puede someterse a sistema.
Desde el mito de la caverna de Platón hasta la frontera de la modernidad que supone su proximidad en el tiempo y en las inquietudes a la filosofía cartesiana, La vida es sueño se constituye en modelo de la duda metódica resuelta no a través de la seguridad del pensar, sino por medio de una peripecia trágica que desemboca en el absoluto moral. Por medio de una magnífica parábola literaria y de la grandiosidad de una puesta en escena que vislumbramos en la fuerza suasoria del discurso, Calderón muestra cómo sobre el error no se puede levantar el edificio de la verdad. Y que la pasión, como todo lo humano, puede someterse a sistema.