En estos tiempos el uso de herramientas cotidianas como el teléfono celular y la computadora son cosas de uso común, no se diga la televisión o la radio, pero en 1939 para un joven de 20 años representaba un reto y una obsesión crear lo que él concebía -y lo era en ese entonces-, el invento que revolucionaría la forma en que los seres humanos nos comunicamos, y no solo de manera personal, sino masiva, entre ciudades y entre países. Para ello pasaba horas en su laboratorio, con los ojos casi llorosos de tanto examinar, cambiar, atornillar, unir, probar; aquel joven estaba a punto de dar con la invención que lo había obsesionado desde que comenzó con sus experimentos. Su mente, aunque concentradísima en el trabajo científico, no deja de entonar una canción de moda o de pensar en algún pasaje de la historia mexicana, sus otras dos grandes pasiones, además de la electrónica. El laboratorio de Guillermo no es muy grande y, aunque improvisado, tiene casi todo lo que un joven inquieto necesita. Veamos en las páginas de este libro cómo es que logró ese invento que ya disfrutan todas las familias en sus casas, y a todo color.