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Blas Gil representa un curioso ejemplo de picaresca tardía mezclado con novela realista y fuertes dosis de costumbrismo. Esta obra permite observar el ocaso de la novela romántica y la transformación de la de costumbres. La obra de Marroquín que más caló en el inconsciente popular hispanoamericano fue La perrilla, que aún en la actualidad se incluye en poemarios y selecciones populares en todo el continente. Sin embargo, para ensayistas como Camacho Guizado, esta obra “es menos que un poema, es un chiste rimado y un manual de ortografía en verso, lleno de humor inofensivo”. Blas Gil —novela escrita en 1896— evoca el título de la famosa obra Gil Blas de Santillana, de Lesage, y cuenta la vida de un estudiante de provincia al que su padre envía a estudiar a Bogotá. El padre, hacendado de algunos recursos, se empecina en que su hijo debe marchar a la “gran capital”. Pero los gastos son altos, y el aprendiz de “doctor” debe reforzar sus finanzas con una beca, labor nada fácil para gente de provincia sin conocidos influyentes en la capital. Narra Marroquín cómo el padre recorre las oficinas gubernamentales en procura de alivio económico a las necesidades pedagógicas de su hijo, mas su petición cae en oídos sordos y en talantes a menudo despectivos. La escena del capítulo tercero, donde el señor Gil expone su petición al “doctor Rodríguez”, tiene clara intencionalidad de ilustrar el tipo de burócrata déspota e insensible, caricatura ésta que hizo carrera en la literatura nacional. Otros cuadros ponen de relieve la torpeza del provinciano, como aquel en que el persistente señor Gil logra obtener una recomendación que le abre las puertas de una audiencia con la esposa del presidente de la República. En las escaleras de la mansión, el señor Gil toma al oficial de servicio por el Presidente, y no duda en darle tratamiento de “General” y de “Presidente”, expresando su agradecido asombro ante el hecho de que tan alto personaje saliera a recibirlo a la puerta de su morada. Todos estos episodios no tienen otro objeto que el de la descripción costumbrista y en alguna medida, picaresca, en el sentido de destacar el equívoco y la carencia de tacto del habitante de provincia, dando de este modo el centro de la narración a la situación humorística. Persevera, no muy a su pesar, el bachiller en sus cursos, pues, como personaje dado a la digresión ensoñadora y a la pereza, sus estudios parecen no tener fin. Como, además, se ha enamorado, alardea ante la familia de su amada del abolengo y desahogo económico de su casa paterna. Pero, como sucede en las obras que contemplan la picaresca desde la acepción que determinamos arriba, el mentiroso está a un paso de ser sometido al escarnio de la confrontación con la verdad, de la que se salva por medio de una amable casualidad, pero esto sólo en último momento. Ha terminado el período escolar y el joven Gil se encamina por la vida. Tertulias, amistades con políticos, vagas promesas de apoyo que desembocan en los caminos tortuosos del manejo politiquero y la cacería de la prebenda. Convertido en el doctor Gil, trasiega los campos de la política, con la obligada obertura periodística, aventuras que desembocan en participaciones bélicas de donde sale enaltecido con el oropel de la fama pasajera. Llega el momento del ascenso al Congreso y el doctor Gil se pregunta si merece hacer parte de dicha asamblea quien “si yo era de veras el Blas monacillo, el Blas estudiante haragán y bullicioso, el Blas doctor de mojiganga, el Blas que a fuerza de marañas había ocupado puestos que no se debían sino al mérito”.
Blas Gil