Barranquilla y el legado del Padre Carlos Valiente

ebook Crónica de un urbanista visionario (1851-1937)

By Adlai Stevenson Samper

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Carlos Valiente fue, sin dudas, un hombre singular. Para soportar esa afirmación sería suficiente resaltar que es el único colombiano, y quién sabe si el único terrícola en rechazar dos arzobispados en el breve lapso de igual número de años. Valiente rechazó, según consta en libros de los sacerdotes Pedro María Revollo y Jorge Becerra, los arzobispados de Santa Marta y Cartagena. Y, como si fuese poco, no ejerció la dignidad de Vicario Apostólico para la cual fuera designado por Monseñor Pedro Adán Brioschi, él mismo Arzobispo de Cartagena, ni el obispado Ad hoc para el cual fuera escogido en 1904 por el Vaticano. También se negó a lucir y portar las vestimentas y emblemas litúrgicos de su condición de Protonotario Apostólico, la cual no pudo rehusar. Su genuina y escandalosa humildad no se agota, sin embargo, en el rechazo de esas encumbradas dignidades eclesiásticas, cada una de ellas capaces de engendrar todas las codicias y concupiscencias de la mayoría de nuestros prelados. Todo el acontecer humano y sacerdotal de Valiente estuvo signado por esa especie de desprecio inequívoco a toda forma de poder. Vivió y murió en una discretísima vivienda de paja ubicada frente al Hospital de Barranquilla, su apostolado social predilecto. Ejerció su muy interesante compromiso religioso, político y social con una discreción a prueba de fuego, sin ruidos, sin esperar ni recibir retribuciones de cualquier índole. De alguna manera, su sacerdocio parecería una vuelta a esa iglesia primitiva de fieles sin dominio ni propiedades, ni demonios en que después devendría la iglesia. Pero hasta aquí no habría mayores sorpresas ni novedades. En Valiente fue siempre fácil reconocer esas virtudes de lo estoico, lo austero, lo sobrio, lo parco, lo asceta, lo frugal, lo humilde. Otras virtudes suyas no contaron con la misma suerte, hasta el punto de ser todavía inéditas. Antes de ir hacia ellas, este sencillo prólogo quiere detenerse unos instantes en la compasión, esa virtud difícil y desprestigiada, cuya ausencia y empobrecimiento tiene tantas acciones en la construcción de un mundo funeral. Aurelio Arteta, probablemente el único Arteta que no nació en Juan de Acosta, Atlántico, sino en Cataluña, y que es, sin duda razonable, quien mejor ha estudiado la compasión, escribió que ella “brota de ese mal que ciertamente padece otro, pero del que cabe esperar que lo padezca uno mismo”. En otras palabras, solo somos capaces de la compasión cuando nos descubrimos vulnerables. Otra vez la necesidad de la humildad. Y la certeza de que el poder es perverso, precisamente porque le es imposible reconocerse frágil y compasivo. Rousseau dijo sobre el tema: “¿Por qué los reyes son tan despiadados con sus súbditos? Porque cuentan con no ser nunca hombres”. Reconocemos la vulnerabilidad nuestra solo cuando la anticipamos ajena. O al revés. Descubre Adlai Stevenson en estos textos, un dato hasta ahora escasamente revelado: la cercanía funcional y afectiva del padre Valiente con las logias masónicas de la ciudad. De ser ciertas las intuiciones de Stevenson, Valiente se habría adelantado casi un siglo a patrones culturales de pluralidad y tolerancia que aún hoy son digeridos con dificultad por los sectores más retrógrados y menos laicos del tercer milenio.
Barranquilla y el legado del Padre Carlos Valiente