Sign up to save your library
With an OverDrive account, you can save your favorite libraries for at-a-glance information about availability. Find out more about OverDrive accounts.
Find this title in Libby, the library reading app by OverDrive.

Search for a digital library with this title
Title found at these libraries:
Library Name | Distance |
---|---|
Loading... |
Cuando Hannah Arendt formuló la expresión "la banalidad del mal" durante el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961, no pretendía absolver al acusado, sino llamar la atención sobre una forma inquietante de maldad: la ejercida por personas comunes, sin odio ni pasión, pero con eficiencia y obediencia. Según su tesis, Eichmann no era un monstruo, sino un burócrata gris, incapaz de pensar éticamente, cuya mediocridad moral había permitido su participación en el Holocausto sin reflexión ni remordimiento. Esta tesis, aunque provocadora e influyente, ha generado una de las más intensas controversias filosóficas del siglo XX.
Sin embargo, sostener que el mal puede ser "banal" no solo corre el riesgo de diluir la responsabilidad moral individual, sino que puede terminar normalizando lo intolerable. El mal, por definición, no puede ser trivial, porque siempre implica una transgresión voluntaria contra el bien, contra la dignidad humana, contra la justicia, y en términos religiosos, contra Dios mismo.
Aun cuando adopta formas burocráticas, técnicas o silenciosas, el mal conserva su carga ética completa. La aparente cotidianidad o normalidad de su ejecución no lo convierte en algo menos perverso, por el contrario, lo vuelve más insidioso y exige mayor vigilancia moral.
La tradición bíblica es clara al respecto: el mal nace del corazón humano, es intencional, tiene consecuencias eternas y requiere arrepentimiento. El pecado no es un acto mecánico ni una falla de sistema, sino una elección personal. La Escritura no deja lugar a la neutralidad moral: quienes "solo cumplen órdenes" siguen siendo responsables ante Dios. No existe mal sin conciencia, aunque esa conciencia haya sido sofocada o adormecida por ideologías, estructuras o poder.
Desde una perspectiva filosófica más amplia, autores como Emmanuel Levinas, Paul Ricoeur o incluso el propio Kant habrían rechazado la banalidad del mal como categoría sustantiva. Para ellos, el mal implica un daño deliberado a otro, una reducción del otro al rango de objeto o medio. No hay en ello neutralidad, sino intencionalidad. La obediencia no exime de responsabilidad si lo que se obedece es inmoral. Pensadores posteriores han señalado que incluso quien actúa dentro de una estructura, sin sadismo, conserva su libertad moral para negarse.
Históricamente, además, la figura de Eichmann ha sido revaluada. Documentos posteriores muestran que no era un simple engranaje ciego, sino un funcionario comprometido ideológicamente con el antisemitismo nazi. Lejos de ser un técnico apático, fue un ejecutor entusiasta. Esta revisión refuerza la sospecha de que la tesis de Arendt, más que describir una realidad objetiva, fue una construcción conceptual provocativa que simplificó un caso complejo.
Negar la banalidad del mal no significa ignorar que existen estructuras perversas, sistemas que promueven la obediencia sin pensamiento o culturas que anestesian la conciencia. Pero aceptar la banalidad como categoría explicativa sería abdicar del juicio moral.
El mal siempre debe ser reconocido, nombrado y combatido como lo que es: una violación consciente de lo justo, no un efecto secundario del conformismo. La tragedia del siglo XX no fue solo la existencia de regímenes criminales, sino la disponibilidad de miles de personas "normales" dispuestas a servirlos. Precisamente por eso, la responsabilidad no disminuye, sino que se multiplica.
Por todo lo anterior, este trabajo...