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Este trabajo se fundamenta en el brevísimo cuento de Julio Cortázar titulado La continuidad de los parques, que podemos resumir parafraseando a Fernando Chelle: «Entre los distintos mundos de ficción está establecida una íntima continuidad, que se manifiesta decisiva, y que puede incluso llegar hasta la muerte» (del mundo o del observador, como se quiera). Pues, por encima de todo, tanto el paisaje como las palabras que lo cuentan y los poemas que lo cantan están fraternalmente abrazados. Por su propia naturaleza. Pues bien: el ensayo va por ahí.A partir de un precioso macguffin (siempre hemos querido usar esta expresión) de la escritora inglesa Jeanette Winterson, nos lanzamos a desentrañar qué tendrá Mánchester para que nuestra autora lo vea como un «paisaje de pocas palabras». Y organizamos la indagación, para empezar, en tres capítulos. Uno, sobre el paisaje; otro, sobre las palabras; y el tercero, sobre «pocas». No se nos podrá reprochar falta de orden o sistema.Buscamos ayuda por doquier. De hecho, el trabajo se construye como un peculiar patchwork, que recoge alborotadamente todos los trozos que hemos podido hilvanar, trayendo al juego a Montaigne, Simónides, los Alberti, Skármeta, Agatha Christie, Molière... (no se nos podrá reprochar falta de desorden).Pero la investigación reclama alguna comprobación empírica. Y con esa intención recorrimos dos ciudades y decenas de paisajes en ellas. Valladolid, donde vivimos. Y Mánchester, donde viajamos. Y constatamos que cada paisaje exige, sugiere y entrega poemas (cortos) que los describen mejor que cualquier otra explicación o representación. Y que cada paisaje se enreda inevitablemente en la vida (y en la muerte) de quienes lo contemplan: esa es su condición.Lo curioso es que el macguffin del arranque acabe resultando, paradójicamente, su principal logro, su mejor contenido.