El modo de concebir lo sagrado es el principio real de todos los acontecimientos humanos. Nadie lo ha dicho mejor que Teresa de Ávila: «Las cosas son como se principian». Lo que está en cuestión hoy no son las instituciones religiosas, ni las imágenes de Dios que cada una de ellas afirma, ni las creencias que las justifican, ni las teologías que elaboran a partir de esas creencias. Lo que está en cuestión hoy es un modo de concebir lo sagrado que ha tenido como consecuencia un tipo de ser humano incapaz de experimentar su identidad sagrada. Únicamente un tipo de ser humano que experimente su identidad sagrada puede hacer biológicamente sostenible la vida de la especie humana en el planeta Tierra. Y la puerta de entrada del ser humano al depósito de recursos que hacen parte de su identidad sagrada es el ejercicio de su dimensión monástica. Esta manera de ver podría ser considerada como muy «optimista», teniendo en cuenta que la extinción en curso de la especie humana quizá ya sea irreversible. Pero, incluso en ese caso, el ser humano necesitaría ejercer su dimensión monástica para transitar con vida y dignidad el tramo final de su camino.