Las tribulaciones del siglo III, caracterizadas por una profunda crisis social en el Imperio romano, sacudido por guerras civiles y constantes invasiones, afectaron inevitablemente a la familia itálica, empezando por los descendientes de Numa, el legado imperial que ganó innumerables batallas y sería el último testigo de la dinastía Severana.
En el período más oscuro de la historia milenaria de Roma, entre usurpadores y el fin del dominio patricio, hubo figuras clave capaces de evitar el colapso y devolver la esperanza a un sistema que, con las modificaciones pertinentes, lograría la increíble hazaña de integrar nuevos pueblos y religiones emergentes sin perder su propia identidad.
El panorama de enemigos inminentes se caracteriza por el ejemplo de dos pueblos: los alamanes y los godos, quienes, más que ningún otro, amenazaron a Roma a lo largo del siglo.