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Aunque Él creó todo nuestro universo, que se desarrolla según Su perfecta voluntad, Dios no controla el libre albedrío de los descendientes de Adán y Eva.
Sin embargo, nos advierte, como lo hizo con Adán y Eva, que, a pesar de Su advertencia, decidieron usar su libre albedrío para alimentar su orgullo cuando la serpiente-Satanás los fascinó.
Y nuestro Padre Celestial ha continuado Su amorosa guía sobre lo que es bueno y malo para nuestras vidas a través de los profetas inspirados por Su Espíritu Santo, y finalmente a través de Su hijo que encarnó en este mundo oscuro.
Y nosotros, como humanidad, seguimos ignorando las instrucciones de nuestro Padre Celestial sobre cómo regresar a Su reino paradisíaco, cuya puerta fue abierta por el nuevo Adán, Jesucristo, y seguimos decidiendo ignorarlo, dejándonos fascinar por el Maligno que aún vive como la serpiente, actuando mediante sus mentiras en el árbol del conocimiento del bien y del mal en el que se ha convertido nuestro mundo.
Quienes siguieron a Jesús durante su vida terrenal lo hicieron por una atracción magnética que sentían en sus corazones, cuya sabiduría les hablaba de la infinita bondad y salvación que les aguardaba para sus almas en ese hombre extraordinario.
Jesús siempre actuó con compasión por todas esas multitudes, "porque estaban agobiados y desamparados, como ovejas sin pastor" (Mateo 9:36).
En nuestro mundo, muchos seres humanos sienten la atracción que Satanás y sus ángeles caídos, a través de los demonios humanos que controlan nuestras sociedades, crean constantemente.
Esta atracción los hechiza, mediante sus mentes egoístas y sus cinco sentidos, para que actúen con orgullo, avaricia, codicia, sensualidad, envidia, odio y muchos otros pecados de la carne y de la mente.
Estos pequeños y poderosos grupos no respetan el libre albedrío de hombres y mujeres; al contrario, buscan controlarlos por la fuerza para impedir su desarrollo espiritual.
Esto es lo que llamamos la inercia y la gravedad de nuestro mundo.
Nos guste o no, lo aceptemos o no, solo hay dos voluntades a las que podemos someter la nuestra: la de este mundo o la de Dios. Es nuestra elección.
Si sometemos nuestra voluntad a la de este mundo, nos aguardará un lago de fuego y la pérdida de nuestras almas.
Si la sometemos a Dios, la puerta del paraíso y la luz y protección del Espíritu Santo a través de la compañía constante de Jesús serán nuestra recompensa.