Ni en 2010, ni en qué año fue. No fue repentino o inmediatamente evidente para las masas, pero después de unos años se volvió imposible no notarlo. La tasa de ansiedad en los adolescentes comenzó a dispararse. La depresión la siguió de cerca.
Para 2015, la salud mental de los jóvenes estaba en picada, y cualquiera que estuviera siguiendo los datos estaba desconcertado. ¿Qué había hecho todo eso?
Algunos señalaron la presión académica. Otros apuntaron al estilo de crianza sobreprotector o a la ansiedad económica. Sin embargo, la respuesta, tal como resultó, había estado silenciosamente en las manos de casi todos los adolescentes del mundo desarrollado.
El teléfono inteligente y el crecimiento en la relevancia y el alcance de las redes sociales fueron el gatillo de una nueva era, una que cambió la forma en que los jóvenes interactúan radicalmente.