Salir-al-encuentro es uno de los actos de liderazgo más importantes que podemos realizar , porque para guiar personas hay que tomar la iniciativa y llevarlas de un lugar a otro; de donde estemos a ese destino común que es el propósito compartido de nuestras organizaciones. Salir-al-encuentro es también una fase fundamental del fenómeno comunicativo , que no se contenta con transmitir información, sino que aspira constante, inconsciente e imperfectamente hacia ese estado de relación humana que se llama "comunión", por lo cual siempre tenemos –y siempre tendremos– problemas de comunicación, dentro y fuera de nuestras "empresas". Salir-al-encuentro es, por ello, la única manera de generar bien común , pues cuando los sujetos que forman una comunidad, retienen egoístamente y sólo para ellos los beneficios de la acción de todos, terminan no sólo por ser injustos, sino por ser ladrones, mientras que nuestra tarea más humana "en la ciudad" no es alcanzar el éxito, sino hacer todo lo posible para que los miserables salgan del infierno de la miseria. Finalmente, salir-al-encuentro es lo propio de la vida , de la Providencia y, por tanto, de la vocación. Es saliéndonos al encuentro como el Otro se nos pone delante de modos a menudo incomprensibles y hasta dolorosos, plantando la semilla de ese porvenir que mejor nos corresponde, porque la realización de nuestras vidas no está en el cumplimiento de nuestros proyectos (siempre banales y miopes), sino que –como lo indica Fabrice Hadjadj– lo otro y el otro nos entregan un porvenir que no estaba contenido en nuestro futuro, espabilando nuestra atención y empujándonos a mirar mejor un mundo en el que, a final de cuentas, todo aparenta estar en vías de destrucción y, por lo mismo, nos indica con su caducidad que la realización de nuestras personas se encuentra más allá del desastre, del mal y de la muerte.