Cuando Lily cerró los ojos aquella noche, se sumergió en un trance profundo que la llevó más allá de los límites de su conciencia. Era como si al rendirse al sueño, se deslizara por una rendija entre realidades, emergiendo en un reino donde la oscuridad no era un vacío, sino un palpitar vivo y lleno de matices. En este mundo onírico, los sueños no eran simplemente ensoñaciones fugaces; eran hilos de vida que se entrelazaban en un tapiz de misterio y fantasía, creando paisajes más reales que la vigilia misma. Lily se encontraba inmersa en un escenario en el que las leyes de la física cedían su lugar a la creatividad más exuberante. Aquí, los colores podían tener sabores, los sonidos eran pinceladas de luz y el tiempo se desdoblaba en formas caprichosas. No era solo un mundo de ensueño, era una realidad paralela donde los límites se diluían y la imaginación reinaba soberana. Sin embargo, en la penumbra de estos paisajes oníricos, un espectro siniestro acechaba. Un ser ancestral y tenebroso se alzaba en los rincones más profundos de este reino de ensoñación, tejiendo con maestría retorcida pesadillas y quimeras oscuras. Este ser, conocido como el Creador de Pesadillas, se alimentaba del caos y la angustia que sembraba en los sueños de los mortales, su esencia se nutría del desasosiego y la incertidumbre que dejaba a su paso.